Hace unos treinta años, todos teníamos en la iglesia cancioneros e himnarios.
Ambos se podían comprar y llevar a nuestras casas, lo que permitía que durante la semana uno pudiera cantar y alabar al Señor. También posibilitaba que en la iglesia, todos pudieran cantar sin importar el lugar donde estuvieran sentados.
¿Por qué se me ocurrió comenzar con este comentario? Porque creo que es necesario en un momento donde todo está absolutamente profesionalizado y digitalizado en los ministerios de adoración, volver a sentarnos en el asiento de cada uno de los cristianos que semana tras semanas llegan a las iglesias con la sana intención de brindarle su adoración al Señor y regocijarse al poder hacerlo como congregación.
Miles de libros se han escrito sobre adoración, por eso mi mirada solo se ocupará de los detalles prácticos que hacen a los cultos cotidianos.
¿Cuál es la finalidad de los grupos, equipos o ministerios de alabanza en la iglesia?
¿No es el ser un instrumento a través del cual cada creyente pueda ser guiado a tener una experiencia de adoración personal al Señor Jesucristo?
Pues permítanme decir que no se la estamos haciendo muy sencillo a la Iglesia.
Cuando llegamos a cada culto, somos personas de diferentes edades, contextos sociales, costumbres, que se encuentran viviendo diferentes realidades, todos, en su conjunto formamos la Iglesia. Algunos recién formando parte de la comunidad y otros, con toda una vida de adoración.
Permítanme contarles algunas historias, para ver si pueden encontrarse en algunas de ellas:
Acepté al Señor Jesucristo a los 20 años. La experiencia más impactante en mi vida, fue encontrarme con la adoración de la Iglesia a Su Señor. La adoración ha marcado toda mi vida de creyente. Es la manera en la que el Señor me lleva en un segundo a Su trono de gracia. Donde El me ve tal como soy, en mi santidad y en mi pecado. En el adorarle, El me transforma. No puedo pensar en un solo momento de adoración genuina, del cual no haya salido transformada, en la visión de mi vida, o en mi fe, o en la redimensión de mi situación frente a la Divinidad de Jesucristo.
Siendo yo recién convertida, un domingo Marta, la mamá de mi mejor amiga, Patry Grounds, por quien había llegado yo a la Iglesia, cantaba un solo de himno. Mientras lo hacía, yo no comprendía por qué el resto de mis amigos se sonreía al verla cantar. Ellos eran todos nacidos en hogares cristianos. Para mí, que venía de una casa destruída, donde en lugar de alabanza, solo había violencia y discordia, ver el amor de esa mujer que se hacía vulnerable a las críticas, con tal de adorar a su Dios, era emocionante.
Casi cuarenta años después, en la despedida final de su esposo, mientras el cajón era bajado a la tierra, ella tomada de mi mano, cerraba sus ojos y entonaba un himno a su Señor. Eso es una vida rendida en adoración.
Solía sentarme en la iglesia detrás de quien luego me enteraría era el abuelo de mi esposo, don Pedro Ameri. En la adoración su voz grave me hacía reír pero a la vez era una experiencia única, durante la alabanza, al poder oír mi voz unida a la suya, me sentía que formaba parte de una familia, donde las voces de todos conformaban una melodía formidable que seguro traía alegría al corazón del Dios a quien yo recién, comenzaba a conocer.
Yo venía del mundo, el adaptar mi vestimenta, mi lenguaje, a la iglesia, era algo que me hacía sentir que algo nuevo había en mi vida. Todo lo que yo no tenía, lo encontraba en la Iglesia, de repente tenía amigos que eran mis hermanos, pero también tenía hermanos menores y mayores, tenía abuelos, tíos, y todos me cuidaban, me enseñaban, me retaban pero aún en eso encontraba amor, familia, todo lo que el mundo no me dio.
Hoy cuando visito diferentes iglesias, en diferentes países, suelo reflexionar:
Luces, humo, y un sonido que hace que mi reloj, a menudo me diga que pasamos los 95 decibeles de sonido…
La globalización hizo que las voces regionales se pierdan, ya que lo más común es querer “semejarnos” a la cultura de mega iglesias. Pero en ello perdemos identidad de varias maneras:
- Si sólo vamos a cantar las canciones de las mega iglesias, estamos desalentando la diversidad cultural de cada país. El generar letras y músicas que provengan de personas que viven en un mismo lugar, que tienen unas experiencias similares, un trasfondo cultural en común, eso enriquece la experiencia de adoración. Cuando Jesús enseñaba, adaptaba su lenguaje para que todos lo comprendieran, utilizaba ejemplos que le eran fáciles de comprender a quienes vivían en el lugar.
- Al querer traducir las letras de otros idiomas. La métrica hace que no podamos significar lo mismo, solo se puede dar una idea. Pero se incurre frecuentemente en errores que llevan a los nuevos creyentes a tener ideas que no siempre son correctas. Esas letras funcionan dentro de una cultura diferente, vivencias diferentes y son disfrutadas por quienes entienden el idioma en la profundidad de su mensaje, pero quedan líquidas al ser traducidas y llevadas a otro contexto.
- El sonido en volumen excesivo, hace que uno deje de cantar. ¿Para qué voy a cantar si ni siquiera me oigo? No soy tan importante. Cierro los ojos y oigo como canta el que tiene micrófono, con lo cual ni siquiera sé a quién tengo a mi lado. Ni como es su voz en la alabanza.
- Cuando se repite interminable cantidad de veces una frase, ¿alguien se puso a pensar si esa frase es tan importante como para que la repita o es que me enamoré del tono de mi voz y ahí me quedé? Sería bueno saber que esa frase que se repite al infinito será la que quedará en mi mente el resto de la semana.
- Las letras, al ser en un sujeto tácito, pueden ser cantadas por un no creyente a la persona amada, y transformarse así en una canción romántica.
- Cuando las letras son centradas en mi y no en Jesucristo, lo que yo hago, lo que yo quiero expresar, lo que yo siento, lo que yo me propongo… ¿qué sucede cuando yo fallo? Porque hasta donde sé el único que no falla, no muta, no cambia es Jesucristo.
La alabanza a lo largo de la historia del cristianismo cumplió diferentes funciones. Una de ellas fue la enseñanza. En épocas donde no había Biblias para todo el pueblo, al ponerle música a porciones de la Biblia, se aseguraban que todos memorizaran porciones importantes, esenciales para la vida del pueblo de Dios.
Esas canciones tenían un significado especial y se transmitían de generación en generación. Los niños crecían oyéndolas en su hogar y las repetían aún de ancianos. Alguno de ustedes recuerda entonar “Cristo me ama, Cristo me ama, Cristo me ama, la Biblia lo dice así…”
Esto fue así hasta hace unas pocas décadas atrás. A tal punto que de cada campamento o campaña, o evento grande, uno venía con una o dos alabanzas que lo habían marcado en su vida espiritual. Eran las llamadas alabanzas lema de cada evento. Es aún hoy que al recordar una alabanza, en un segundo nos transportamos a un evento especial de nuestra juventud.
Así fue hasta que llegó la tecnología digital y con ella la posibilidad de tener acceso a miles de canciones de todo el universo. Esto trajo un enorme acceso a los más actuales ritmos y letras, a la vez de un desarraigo de la adoración en la vida del común de las personas que asisten a los cultos. Las canciones se cambian de domingo a domingo de modo tal que cuando alguien quiere cantar o repetir en su hogar, ya no recuerda una letra completa.
El año pasado estuve en un campamento y me sucedió algo significativo, el grupo de jóvenes de la iglesia con la cual había ido, no se juntó en ningún momento a cantar, no había guitarras, ni se formó grupo alguno. Cuando les pregunté, me dijeron: es que nadie se sabe las letras completas, hay demasiadas versiones y es frustrante intentarlo (no había acceso a datos en los celulares en el lugar).
Cerca, dentro del mismo predio, había dos grupos de jóvenes de otras congregaciones. Se podría llegar a decir sin pensarlo bien, que eran más sencillos, pero, ¡que buena adoración salía de esos grupos! Con una sola guitarra, y canciones muy conocidas, ¡qué hermoso coro de alabanza a nuestro Señor! Cuanta alegría tenían esos rostros!
Es tiempo de reflexionar:
Es necesario que hagamos la distinción entre lo que es un grupo de música cristiana y lo que es el canto congregacional.
Ser honestos con el propósito, nos dará la pauta de lo que sí hemos, o no de hacer.
Marcos Witt, quizás uno de los latinos que más expuesto estuvo a los efectos de la “fama evangélica”, se pregunta en una de sus canciones ¿por qué lo hago, cuál será el motivo de mi corazón, por qué me esfuerzo?…
La Iglesia es la que tiene por función adorar al Padre, y quienes presiden han de proveerle los medios necesarios para que ella, Su iglesia, se luzca. Los músicos, los cantantes, los sonidistas y los técnicos, tienen por función llevar al pueblo de Dios en adoración. Su profesionalidad y excelencia, ha de estar puesta a disposición, han de conformar una plataforma de honra para que Su Iglesia adore. Ese ha de ser el deseo de todo ministerio fuerte de adoración, que al bajar de la plataforma, tengan la certeza, que desde el más anciano hasta el más niño y desde el mejor cantante hasta el más desafinado, han podido unir sus voces en adoración al Único que es digno de adorar, a Jesucristo.
Para serles sincera, muchas veces lo que veo desde mi asiento, es que los ministerios están tan centrados en la excelencia de lo que brindan, que no se dan cuenta que tienen frente suyo a un público cautivo que no puede hacer nada para defenderse ni del excesivo volumen, ni de la repetición de letras que no los inspiran, salvo cerrar sus ojos y esperar que el momento pase pronto… Un excelente ejercicio sería que los miembros del grupo de adoración se sienten detrás y vean y analicen las reacciones de la gente ante cada alabanza.
Es frecuente ver que los equipos de adoración ya no formen parte del culto, sino que una vez que cantan, se retiran hasta que vuelve a ser su tiempo de subir a la plataforma. O sea, no oyen la predicación, no oran con el resto de la gente. O si se quedan sentados, están todos inmersos en sus celulares. ¿Cómo pueden llevar a adorar a un pueblo del cual no forman parte en su vivencia cúltica?
Si bien es cierto que en la juventud se tiene la mejor voz, la mayor excelencia en la adoración no está dada sino por la relación de la persona con Dios, el camino recorrido juntos. Me cansé de ver personas que son apartadas del ministerio porque básicamente, son ya grandes. Cuando eso sucede, denota que no se tiene idea de lo que significa adoración para el pueblo de Dios.
Hace poco vimos en un coro de cientos de voces, subir a una señora mayor guiada por su perro. Aunque su voz no fuera perfecta, ¿qué creen que sentía el corazón de Dios al ver el esfuerzo de esa no vidente mayor, por adorar a Su Señor?
Es necesario volver a enseñar las grandes verdades de la adoración.
Que no se trata de decirle a Dios lo que nosotros somos, queremos, decimos, nos comprometemos, yo, yo, yo… sino que se trata de decirnos, de recordarnos a nosotros lo que El es, Su Poder, Su amor eterno, Su propósito para nosotros. Hablar de nosotros, no nos transforma, hablar de lo que El es, de cómo a pesar de lo que nosotros somos nos ama eternamente, eso si lo transforma todo en nosotros.
Hebreos 13:15 nos dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. Esto quiere decir que alabanza es confesar el nombre de Jesucristo, ninguna otra cosa. Y que cuando como iglesia nos reunimos, no todos estamos super felices o entusiasmados, habrá muchos que hemos de ofrecer “sacrificio” de alabanza. No imagino que eso pueda suceder en medio de semejante bullicio…
No hay tecnología que pueda conmover más a Dios, que la simple voz, o la simple melodía de un instrumento que se anima a adorar con un corazón rendido a Sus pies.
Muchas veces imagino: ¿qué pasaría si en un culto solo habría una guitarra o un piano, sin sonido estridente, de modo tal que se le permitiera a toda la iglesia oirse alabando y luego adorando a Dios a lo largo de todo el tiempo? ¿Seríamos capaces de encontrarnos en letras en común? ¿Qué pasa con los jóvenes que entran a la iglesia por primera vez, o están dando sus primeros pasos en el Evangelio? ¿Podrán tener la experiencia intergeneracional que yo tuve? ¿Podrán aprender el significado de que ahora tienen una familia en la fe? ¿O sólo tendrán hermanos de similar edad? ¿Tenemos la sensibilidad de comprender que muchas veces cuando entra un joven sólo al culto, no precisa el abrazo de un hermano, sino de un padre o una madre, o un abuelo o abuela que les haga comprender con una sonrisa, que todo va a estar bien con Cristo? ¿Qué cuando entra un anciano que vive solo precisa la sonrisa de un niño que lo tome de la mano y lo anime a alabar juntos?
En resumen
No nos preocupemos tanto por la perfección de la tecnología, sino por la sensibilidad de nuestro corazón puesto delante del Padre para discernir espiritualmente a la congregación que tenemos delante. La tecnología es la herramienta, nunca es el fundamento. Es el medio, nunca el mensaje.
No es problema el no tener todo el dinero para proveer la “excelencia tecnológica”, si es necesario que el equipo de alabanza busque tener un corazón perfecto delante de Dios y compasivo para con el pueblo de Dios, a quienes tienen el privilegio de guiar en adoración. El buen ministro de adoración ha de poder desaparecer de la escena, en el momento en que la Iglesia de Dios se rinde en adoración al Padre. Como dejándonos anticipar la visión de lo que describe Apocalipsis 7:9-12:
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”.