“11 »Un hombre tenía dos hijos —continuó Jesús—. 12 El menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia”. Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. 13 Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia. 14 »Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. 15 Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. 16 Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. 17 Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! 18 Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. 20 Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. »Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. 21 El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”.[c] 22 Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. 23 Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. 24 Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.” Lucas 15:11-24 (NVI).
Podemos pensar: ¿Cómo puede ser que ni siquiera le dieran la comida de los cerdos para alimentarse?
Ahora, ¿Qué hubiera pasado si le hubieran dado a comer a este joven la comida de los cerdos? ¿No hubiera continuado con su vida sin sentido, cambiando su identidad de hijo heredero por la de alguien que compartía la comida de los cerdos cada día? Aún quejándose de su suerte, no terminaría acostumbrándose a que esa era su nueva realidad?
La falta de respuesta a su pedido lo hizo recapacitar. Tenía un padre a quien poder ir a pedirle perdón! Imagina lo que pensó en su viaje de regreso a la casa del Padre, todos los pensamientos que tuvo que vencer, el sentir que ya no tenía derecho a pedir nada, el temor a ser rechazado, el no sentirse adecuado, las dudas que lo habrán atormentado. Ni siquiera volvía a pedir su posición, sino la de algún peón de su Padre.
Llegó sucio, andrajoso y sin embargo el Padre lo abrazó feliz! Inició inmediatamente el proceso para que recuperara su identidad, lo limpiaron, le pusieron las mejores ropas y le dieron a comer lo más selecto de la mesa de su Padre.
¿Sientes que te estás conformando en algún área de tu vida? ¿No será tiempo de dejar de mirar a las circunstancias y comenzar a recordar que eres Hijo del Rey de Reyes?
Deja de pensar con tu entendimiento y comienza a orar y a clamar con fé, en la intimidad de tu relación con Jesús. El tiene para ti y para cada uno de los que nos atrevamos a pedirle, una porción de privilegio, ¿por qué conformarnos con menos?
“Señor Jesús, te suplico que quites los pensamientos limitantes en mi vida. Que me des la identidad de ser tu hijo. Nunca permitas que me conforme con menos de lo que Tu tienes pensado para mi. Te amo Jesús, amén”.